Que quedó viejo, que es de otra época, que no hay nada nuevo: todo eso se dice del tango. Y, de hecho, alguna vez fue cierto. Lejos de sus años de oro, las últimas décadas del siglo XX fueron de mal en peor para el género porteño por excelencia: el tango se había vuelto sinónimo de pasado.
“El género parecía estar en extinción, veníamos de un par de décadas en las que había muy poca producción”, le cuenta a NOTICIAS la voz rasposa de "Tape" Rubín. Y sigue: “había muy poca actividad y el tango estaba quedando como algo de museo”.
Habla de aquellos años, de los principios de los '90, cuando su nombre no significaba lo que ahora sí: él, junto a muchos músicos jóvenes exponentes provenientes de otras disciplinas, reconvirtieron el tango en presente.
Milonga. La gente quería bailar. “Hubo un resurgir a partir de la milonga, creo que fue el baile lo que lo motorizó. A partir de ahí comenzó una renovación”, continúa Rubín.
El Arranque, La Postangos, Tangata Rea, Las Muñecas y La Chicana. Las orquestas volvieron a copar las pistas de baile porteñas. A partir de esos cinco pilares se edificó la continuación de un género que había tenido una elipsis creativa de 40 o 50 años, pero que, de repente, volvía a tener cosas para decir. Cosas para cantar.
"Si hoy el tango es una trinchera, en los ‘90 era un páramo. Escucharlo tenía algo de heroico, de contracultura, de resistencia. No había tantos cruces, como hoy, que es más normal. Era otra cosa, una muy freak. Hoy está atravesando un momento bastante parecido al que vivió el rock en los 60, cuando el lugar emblemático era La Cueva. Hoy el tango está en una cueva", analiza Pablo Marchetti, voz de Tangocrátas, el dueto que formó con el guitarrista Rafael Varela, y que tuvo este año su disco debut.
“A mediados de los '90, sobre todo acercándose a la crisis del 2001, algo ocurrió en el paisaje socio-cultural de las grandes ciudades que nos dio la pauta a los artistas para volver a una zona del arte en la cual se manifestara la identidad Argentina más cabalmente”, reflexiona Alejandro Guyot.
En ese entonces él era cantor de El Arranque. Hoy, lidera el grupo 34 Puñaladas, uno de los más refrescantes de la escena porteña.
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Y la palabra rebota como un eco: escena, escena, escena. Donde no había lugar, de golpe, se abrieron las puertas para el tango. “El rock nos había desencantado, dejó de ser un producto del under, de los sótanos y pasó a ser un divertimento auspiciado por marcas de cerveza o gaseosas. Cuando abandonó el underground y fue capturado por el mainstream, a los jóvenes de ese tiempo algo nos pasó, terminamos virando hacia el tango, un género que fue a ocupar esos lugares que el rock dejó vacante”, continúa Guyot.
La pregunta de siempre es por qué. Y el género resuelve con respuestas urbanas a los problemas urbanos: “el tango siempre se jactó de ser la música de Buenos Aires por excelencia. Para nosotros era así, pero ya no era la Buenos Aires de Gardel, Troilo o Piazzolla”, reflexiona Guyot.
Las calles de los compadritos de principios de siglo no existían, habían cambiado las costumbres y, sobre todo, uno y mil golpes habían azotado a la ciudad: “Buenos Aires se había transformado en una ciudad atravesada por los milicos, por el menemismo, por el 2001. Eso quedó plasmado en las composiciones de los tangueros de la nueva generación. Empezamos a componer haciéndole frente a todas esas decepciones y tratando de poner en música y en palabras toda esa constelación urbana que se nos presentaba”.
Porque, claro, el mundo fue y será una porquería, en el quinientos seis y en el dos mil también.
Cánones. Y como todo género de larga data y con mucha historia por detrás, la tradición pesa como una norma que dice cómo se hacen, pero sobre todo, cómo no se hacen las cosas.
“A la tradición hay que conocerla”, suma Yuri Venturin, director de la Orquesta Típica Fernández Fierro, seguramente la gran insignia popular de la nueva generación tanguera.
“La mejor manera de respetarla es intentar ser artistas de nuestro tiempo, para dar nuestra visión de lo que es el tango hoy”, redondea Venturín en charla con NOTICIAS.
Y en esa lógica, el corset del deber ser, hace tiempo que se rompió: artistas como Altertango, Astillero o Alto Bondi corrieron los límites del género como quien se pone ropa más cómoda y se saca el prejuicio del qué dirán.
Porque claro, en esa tensión entre tradición y ruptura, el género siempre prefirió la desobediencia: “en el tango siempre hubo ruptura, todos los grandes tangueros son rupturistas, desde Gardel hasta Troilo, De Caro o Pugliese”, evalúa Rubín.
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Y aunque no estén conversando entre sí, sus palabras parecen converger en boca de Guyot: “nosotros somos herederos de esa tradición, pero también asumimos lo que somos: músicos de tango en el siglo XXI. Y como tales, estamos atravesados no sólo por la historia centenaria del género, sino que también hemos escuchado a los Beatles, Pink Floyd, Tom Waits, Don Cornelio y la Zona y Él Mató a un Policía Motorizado. Somos un compendio caótico, no somos simplemente un copy and paste de lo que fueron los viejos tangos”. Y así como al pasar, define lo que, quizás, todos los músicos de cualquier género popular deberían buscar: “el secreto está en asumir la tradición y permitirse la traición”.
Referencias. En esa revisión de una tradición nacida y creada en otra época, el escáner suena de inmediato: ahí donde la música encuentra links con el presente, donde lo que parecía viejo no lo es tanto, algunas letras de principio de siglo entregan mensajes inadmisibles para la sociedad actual. “Esa revisión tiene que ver con acompañar un proceso que se está dando en la sociedad, que es super saludable. Al género no le queda otra más que acoplarse. Se están revisando muchas letras a las que, en mi opinión, no hay que juzgar. Todos éramos machirulos, todo el mundo era así. Elijo no cantarlas, pero no juzgo al poeta de los 40 que decía cosas que hoy por hoy son inaceptables, porque en ese momento el mundo era así”, se sincera Tape Rubín.
“Vírgenes rotas molidas a palos, muchachas cansadas de tango llorar. Mil y una noche le rezan a un santo que nunca las quiere escuchar”, recita Guyot con su voz, que parece venir de otro siglo, pero con un mensaje bien 2018.
Y como esos ejemplos, hay tantos otros: el tango, desde la lírica, hace tiempo dejó de mirar hacia atrás.
Y parte del resurgir y crecimiento del tango porteño en el último tiempo tienen que ver con la inclusión del público femenino, fruto también de la empatía con una nueva ola de cantantes, letristas, arregladoras, compositoras y hasta grupos liderados por mujeres. Julieta Laso, Natalí Di Vicenzo, Natalia Lagos (de Alto Bondi), Marisa Vázquez, Gisela Magri, Eliana Sosa, Marina Ríos, y Noelia Moncada, con sólo algunos de los nombres que se sumaron en las últimas década.
Canales. Y si año tras año cada vez más discos tangueros llenan las bateas digitales de las plataformas de streaming, es porque la escena ha logrado generar una red de músicos que trabajan con el género por encima de las individualidades, con la canción por sobre todo lo demás.
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El mérito, seguramente, será en ocupar espacios físicos para reunirse no sólo a disfrutar, sino a crear sentido: “que existan espacios como el Club Atlético Fernández Fierro es algo central para el género. Es un lugar donde uno va a ver música de verdad, un lugar nuestro, de ciudadanos porteños”, se envalentona Yuri Venturin en referencia al reducto tanguero por excelencia.
Guyot completa: “lugares como La Catedra o la Fernández Fierro son lugares que vinieron a reemplazar el under mítico de los 80”.
De ahora en más, el tango tiene una oportunidad que hace mucho, mucho tiempo no conocía: tiene el futuro en sus manos. Guyot es optimista: “no sé si el tango va a volver a ser lo que fue, porque el mundo ha cambiado. Pero creo que cada vez más con el tango. Esto está teniendo un efecto multiplicador y creo que no lo va a detener nadie. Me parece que hay un futuro auspicioso y asegurado”.
por Patricio Cerminaro
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